Alcanzar la pintura como tal es aspiración de los artistas sabedores de que esa tarea como proyecto de vida, es la garantía principal para comunicar sus pasiones. Kristin asume esta tarea cuando narra. Lo hace con recursos estrictamente pictóricos: excelente dibujo de cuerpos donde acentúa los núcleos significantes con texturas y modelados construidos por colores, tonos y veladuras adecuadas. Significa así masacres donde algún detalle permite diferenciar a palestina de Acteal, por ejemplo. Se vale de la figura de Cristo, la maternidad o de La Piedad fatigadas por el cristianismo populachero, para actualizar sus sentidos dramáticos, tiernos o patéticos, siempre logrados con y por la pintura como tal. Los duelos adquieren en su obra una alerta memoriosa para fortalecer el sentimiento necesario del cambio histórico necesitado hasta ahora de lugares como Tlatelolco o Aguas Blancas.
Para sostener vivo el dolor de la matanza de los pueblos, Kristin se vale de la materialidad de la pasta pictórica transformada por su excelencia artística y con modos compartidos con los mejores expresionistas en cuanto a la renuncia a la descripción ilustrativa sin más. Esta apropiación histórica evita también el vanguardismo fácil para en cambio apropiarse del óleo y la hoja de oro sabiamente combinados cuando concreta íconos irreductibles a los códigos bizantinos. Prueba así la necesidad de revitalizar los acervos históricos, aun los aparentemente agotados.
Nada está cancelado en la historia, todo está por transformarse, hasta los rostros de los poetas malditos como el comunero Baudelaire o los atormentados Dostoievski y Poe, para mostrarlos con su lado moridor, como diría Revueltas pero con miradas y gestos interpelantes para los buscadores de intensidades profundas. La valentía ejemplar del joven Van Troi es significada de manera semejante. Capaz de concretar hasta el retrato con toda su carga subjetiva, Kristin hace murales donde festeja la vida al componer el espacio con un lirismo de tan alto poder como toda su obra hoy reunida para gozarla en toda su rica complejidad y su aliento a la unidad entre lo bello y lo justo.
La última obra como la primera. A propósito de la producción visual de Kristin Bendixen.
Erik Castillo, 2012.
Es la sensación de presenciar un Réquiem de los desposeídos o una liturgia del dolor civil, la que prevalece en la recepción inmediata de la obra de Kristin Bendixen; y en una óptica más crítica, a lo anterior se suma la certeza de que se está frente a una producción que borra las fronteras entre la factura gráfica (de la estampa y del dibujo a mano alzada) y la pintura. En realidad, es absolutamente posible afirmar que todo el imaginario de Kristin ha sido construido bajo las reglas de un sistema visual en el que el dibujar germina miríadas lineales. Las escenas configuradas en papel o en lienzo manifiestan menos la impresión que propicia la estrategia convencional del cross-hatch, y más la que genera la artista a través de una suerte de caos de líneas extensas e intensivas. Esto es significativo, en tanto las tradiciones de resistencia en las artes plásticas –las cuales interesan y magnifican a la sensibilidad de Kristin- han estado relacionadas históricamente, desde la crisis de los paradigmas de la modernidad cultural de Occidente, con las prácticas gráficas.
Por otra parte, hay en la producción de la artista un recurso al saber estético del pasado lejano, el cual retroalimenta la articulación de su discurso en el campo contemporáneo. Me refiero a su juego de referencias estilísticas y conceptuales con la esfera sacra de los iconos de la cristiandad oriental, con el repertorio diagramático del mundo celta y con las tendencias artísticas del ámbito nórdico, del que Kristin toma numerosos registros por razones de origen cultural. No obstante, la trayectoria de la artista ha tenido lugar –más allá de su periodo de formación artística- en México, y ello la ha llevado a apostar por la búsqueda de una vinculación de su propuesta camino de la creación comprometida, desde la producción de subjetividad y en el trabajo comunitario en temas de pedagogía cultural, con las causas populares y las luchas de concientización social.
Las tremendas escenas figuradas por Kristin poseen un halo hipnótico que las vuelve elusivas o una especie de aura fantasmal que otorga a cada una de ellas un carisma elíptico (el terror es ilusorio en la mente); se trata de mundos cuyos foros carecen de gravedad virtual, salvo cuando los cuerpos yacen sin vida: los personajes generalmente flotan en entornos amnióticos y de ese modo la narrativa trágica alcanza una articulación total. A menudo, la artista trabaja temáticas signadas por el advenimiento del colapso; pienso que el elemento tanático no tiene que ver con una afiliación directa del pensamiento artístico de Kristin con la fascinación necrológica, sino que se debe al cúmulo de experiencias que se aloja en una conciencia lúcida pero vitalista e inteligente. Todo el repertorio gramatical y morfológico que opera en la obra de la artista representa un homenaje a los poderes de la proliferación de la forma. Casi diríase que el juego de líneas intrincadas, de planificación desbordada de manchas o de indeterminación icónica y non finito a nivel de motivos visuales (sobre todo en la realización de los rostros de los personajes y de la información del lugar de la acción narrada), es un tributo a un orden regido por el imperio de la fertilidad por encima de lo baldío.
Además del grabado, el dibujo y la pintura -en las tres disciplinas en múltiples tácticas técnicas- la producción de Kristin ha movilizado también sus imágenes en soportes murales y en piezas compuestas por varios módulos o paneles. En todos los casos, es claro su lazo inefable con los presupuestos espirituales del expresionismo histórico. Lo interesante de esto es que su trabajo compone un corpus neo-expresionista muy personal, paralelo en aparición al que produjeron a principios de los sesenta, en México, los artistas del grupo Nueva Presencia. La anterior mención, es una sugerencia para entender la obra de Kristin dentro de un campo epocal en el que el arte en México y, en un sentido más general, el de América Latina, se anticiparon –de alguna manera- al despegue de algunos de los neos de la década de los setenta en Europa. Me refiero, concretamente, a que el proceso de asimilación y propia invención americana del arte vanguardista europeo, alcanzó una cima evidente antes de que los mismos artistas del viejo continente parafrasearan (en el postmodernismo) a sus predecesores de principios del siglo XX.
Lo de Kristin pudiera formar parte de lo hecho por los artistas y pensadores que, llegados y asentados en México desde los tiempos del Virreinato, durante el siglo XIX y también en los últimos cien años, descubrieron y siguen descubriendo aquí un sitio de contradicción; terreno propicio para la persecución de un sentido para la actividad cultural comprometida y deseosa de abonar algo a la causa por una sociedad civil más organizada y autoconsciente en este país. La saga de los refugiados de la Guerra Civil española, los avatares de los luchadores sociales y el relato de la supervivencia de la identidad humana en los individuos y comunidades en contacto con la tierra, los afectos o el inconsciente entendido como espacio psíquico afirmativo, son algunos de los campos de contenido con los que Kristin Bendixen se ha venido identificando desde hace décadas, en un proceso artístico cuyo posible núcleo no es otro que el de un práctica enfocada todos los días, a la creación de una pieza que resulte tan sencilla y luminosa como las realizadas por la artista hace treinta o cuarenta años.
Apocalipsis en el Romancero Gitano
Cosette Galindo, 2019.
Absurdo holocausto del cordero pagano, cruel sacrificio de las vidas por la codicia que ahoga el sueño de la libertad, y a donde conduce la demencia del poder. Pena infinita bajo el cielo oscuro de la muerte. El amor perece, la vida se extingue en algunos lugares: Granada o Guatemala o Nicaragua o Gaza o Siria. Horror derramado sobre los prados de la belleza. Hermano contra hermano, envidia ciega hacia el semejante o hacia el diferente. Como Goya lo expresó, como lo contemplan los profetas de la luz. Símbolo de trágica revelación, cuando la historia se cruza con el cosmos. Romance de luna sangre. Romancero gitano. Pueblo exterminado al defender su canto. Semejante a los místicos antiguos, Lorca fue semilla de luz en una tierra anegada de odio. Mas el espectro de la vida danzarina transita a través de las tinieblas; su figura bendita se hace presente en el paisaje del mal; se abre paso entre alambres de púas, de todos los metales dirigidos a la destrucción. El lenguaje pictórico de Kristin Bendixen nos lleva a mirar los gestos de la crueldad sobre los inocentes, gestos dolorosos de la injusticia, formando un espejo en donde se refleja la violencia que genera el poder y la negación del otro en todos los tiempos: represión, persecución, extinción, cuyo símbolo aquí es el martirio de un poeta en medio del apocalipsis español.